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DEMOCRACIAS FRACASADAS O ELECTORES DISTRAIDOS

Los resultados de las democracias en el mundo siempre son tema de discusión. Hay lugares como Europa, Estados Unidos y algunas otras naciones, donde la polémica que encierra el poder depositado por el pueblo en sus gobernantes, aun siendo intensa, produce resultados beneficiosos para los ciudadanos.

Pero hay otras naciones, muchas diría yo, donde campea el desorden, la miseria y la falta de oportunidad, con todo y el sistema democrático representativo.

El punto de reflexión está en la eficiencia del modelo democrático para todas las sociedades. Es la disputa entre lo que queremos vivir y lo que podemos lograr viviendo de esa manera. Los gobiernos asentados en democracias no muy exitosas tienden a equivocar su modelo de gestión. Es tan grande el desafío que les plantea la pobreza y la debilidad institucional, que recurren a medidas radicales como la represión o el endeudamiento externo para sobrevivir. Y si a eso se le suma la corrupción o la debilidad de la estructura social, se tiene el cóctel perfecto para dibujar la imagen de una democracia fracasada.

Cuando se aborda este tema, el de los logros de la democracia, dudamos si todas las sociedades están preparadas para delegar el poder en unos cuantos ciudadanos. La clave está en la fortaleza de las instituciones controladoras establecidas en el modelo republicano.

En los países donde el sistema sí funciona, el peso de los entes de fiscalización y control de la gestión pública son altamente eficientes. La ley se respeta, el trabajo de control contable y transparencia es notablemente alto, mientras las instituciones para salvaguardar el sistema democrático son respetuosas de sus funciones y limitaciones.

En las sociedades donde el modelo no da más resultado que el cambio cíclico de gobernantes, el poder delegado a éstos se convierte en una especie de licencia para explotar la riqueza y el poder de las naciones. La ley se aplica selectivamente y el poder total termina corrompiendo totalmente a la estructura gobernante.

 

¿De quién es la responsabilidad?

Sin duda, del pueblo. De los electores. De todos aquéllos que pierden sus decisiones influenciados por la publicidad, por los rumores o por los muy discretos resultados. Elegir irreflexivamente es el primer gran causante de las democracias fallidas. Tolerar en silencio, aguantar los abusos y esperar a que milagrosamente los gobiernos cambien, es el gran motor que impulsa el fracaso de los pueblos.

Está claro que si la ley no castiga el mal ejercicio del poder, éste ejemplo se perpetúa y estimula el saqueo impune y el abuso de la gestión pública, pues los políticos se convierten en seres impunes e irresponsables. Pero por sobre todo esto, si los votantes toman decisiones en base a desinformación o propaganda, perdiendo así la capacidad de cuestionar y razonar, entonces sí que la democracia está en problemas.

Esta observación, la de una democracia en problemas, retrata la realidad: un buen sistema para elegir gobernantes se desnaturaliza si su punto de partida, la elección, está contaminada y termina depositando el poder no en los más capaces sino en los mejores para promocionar sus propuestas, aun sin que éstas sean válidas.

Los procesos electorales en el mundo continúan. El mercadeo político-electoral sigue influyendo de sobremanera en los electores. Y éstos siguen sin preocuparse mucho por las razones que deberían motivar su decisión.

Ojalá y los pueblos entiendan que más allá de los gobernantes, el problema reside en los electores que no saben cómo escoger lo mejor para su país.

 

 

 

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