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Contratistas o congresistas

Entre revelaciones en radio y declaraciones presidenciales, el escándalo de la compraventa de voluntades en el Congreso ha evidenciado el nivel de deterioro que esa institución padece: la gente ya no se escandaliza cuando se habla de dinero para que los diputados cambien de bancada, renieguen de su pasado o definan su voto -esto se asume- en una u otra dirección.

La opinión pública ha sido crítica decepcionada de la “representación del pueblo”. Salvo comentar la gravedad del tema, hay un aire de conformismo ante la noticia de que hasta el presidente

ha visto mensajes telefónicos con ofertas; el polémico diputado Mario Taracena y algunos de sus colegas han intercambiado acusaciones, pero ninguno procede a denunciar lo que en algunos países hubiera costado la cabeza a uno o más ocupantes de las curules.

¿Tan deteriorado está el Congreso, que ya se ha perdido la esperanza de ordenarlo o al menos, desterrar la práctica de corrupción entre los señores parlamentarios? En apariencia, hay mucho de decepción pero a la vez, de resignación entre los ciudadanos.

Ciertamente, como algunos distinguidos colegas han escrito en estos días, decepcionan los diputados, pero, igual, siguen ganando en cada elección y regresan a sus puestos para seguir legislando, hoy con un partido, mañana con otro y quién quita con cuál otro en un siguiente evento electoral.

Es preocupante que el sistema político partidario esté tan agotado. Es tal el nivel de desencanto y falta de credibilidad que tiene el Organismo Legislativo, que ya ni siquiera se asoma la intención de investigar o enmendar el camino a los tránsfugas o denunciar a los corruptos.

Cuando una nación desfallece ante los vicios de sus instituciones, poco queda por salvar. La actitud de los ciudadanos es la del resignado a la derrota —al menos por el momento—; creo, eso sí, que estos escándalos los pagarán los diputados cuando partidos políticos emergentes propongan entre sus metas corregir la corrupción que emerge incontrolable.

Una derrota tras otra, un voto más de desconfianza sobre otro, una muestra de rechazo y desprecio por la actividad de los políticos en el Congreso, un paso más hacia la tumba política… ese es el resultado de una clase política desvergonzada, carente de valores y, sobre todo, suficientemente cínica para soportar una tormenta así de grave y solo esperar a que el escándalo se apague.

Ni la sangre nueva que llegó al Congreso ha tenido el brío ni la decencia suficiente para salir al frente y recoger los restos de una institución que no agoniza, sino que parece un balbuceante desperdicio de la imperfección democrática. La mayoría de los nuevos legisladores solo aprendieron las mañas pronto y se han acomodado en las curules para seguir siendo más de lo mismo. Son gritones y tienen el descaro de acusar a sus enemigos políticos de cualquier cosa, igual se cambian de partido que de ropa interior, nada les cala y solo se burlan con una mueca desagradable del remedo democrático del cual son grises comparsas.

Las denuncias deberían ser el puente para que se repita el ejercicio que hace algunos años hizo el presidente Ramiro De León para depurar el Congreso. Una elección a medio período daría al país la oportunidad de limpiar la casa del pueblo y llevar allí nuevos ocupantes, quizá no perfectos, pero al menos un tanto más respetables.

Por hoy, el futuro institucional pinta mal, muy mal.

Guatemala, 23 de enero 2013

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