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Lo que nos une y lo que nos separa

Hay un profundo e inconfesable inconformismo por la realidad de nuestro país, Guatemala. No dudo que el origen de ésta reacción sea la miseria que surca los rostros de muchos compatriotas hoy agobiados y muchos de ellos, sentenciados desde ya a tener un futuro poco promisorio. Es la pobreza en todas sus manifestaciones y la falta de un futuro lo que nos afecta moralmente cuando vemos que, pese a todos los sacrificios individuales y colectivos, la nación no avanza como muchos quisiéramos y se hace imposible llevar al menos algo de beneficio a muchas personas que tanto lo necesitan.

Para comprender lo que se percibe, hay que comprender los siguientes datos: en menos de una década, Guatemala se ha convertido en el segundo país más pobre de Latinoamérica, más del 54% de sus habitantes viven debajo de la línea de pobreza, en enero 2018 trascendió que Haití tuvo mejores números en sus indicadores de pobreza durante 2017 y se coloca en el tercer lugar de los países más pobres de la región, según la Comisión Económica para América Latina, CEPAL.

La mayoría de los habitantes de Guatemala siente que algo ha fallado cuando observan los crecientes indicadores de analfabetismo, desnutrición y ausencia de satisfactores sociales básicos en la mayor parte de la población. Nada menos se puede esperar cuando lo que debería ser una sonrisa de esperanza aparece en miles de rostros de todas edades y ubicaciones, es sustituida por un gesto de conformismo y desesperanza. Es el rostro del deterioro que viven muchos connacionales ante una realidad que no tiene espacio para sueños ni poesía.

Resulta imposible abstraerse de las necesidades insatisfechas que han hecho crecer los indicadores de miseria en el país incluso más allá de los indicadores de crecimiento poblacional.

Algo que debería unirnos es el rechazo a esta realidad inocultable, pero, ¿tendremos el valor de unirnos para buscar soluciones? ¿Seremos capaces de dejar por un lado las agendas y objetivos personales y de grupos para sacrificar algo y buscar puntos de coincidencia con otras personas, otros grupos de interés u otros objetivos?

Creo que en silencio aún no públicamente manifiesto, nos une el dolor pero nos divide la variedad de propuestas que buscan resolver cada tema. Nos divide la forma, los detalles y hasta los protagonismos que hay detrás de muchas soluciones se convierten en infranqueables barreras para que no podamos avanzar hacia las soluciones. Son celos y envidias, temor a traiciones y desconfianza en el prójimo lo que nos impide ver cómo sumamos para hacer que la ecuación de la realidad nacional sea menos difícil para muchos que atraviesan por un punto de miseria y abandono.

Hay que tener un toque de valor y locura para hacer propuestas audaces que permitan iniciar un complejo proceso de solución a esta problemática que nos preocupa a todos pero que nos enfrenta a la hora de iniciar el proceso que se quiera.

¿Qué pasaría si la mayor parte del presupuesto se orientara a atender la miseria que sufren los habitantes de Guatemala? ¿Sería posible recurrir a la inversión público privada para atender los temas de infraestructura y hacer que se pague algo por los servicios así obtenidos? ¿Es válido pensar en esta línea de solución?

Hay un resquemor inmediato que se ve surgir ante una fórmula tan agresiva pero sensata que aquí planteo. Siempre habrá quienes invoquen el discurso anti privatización y señalen que se trata de un nuevo asalto del gran capital a lo poco que queda de las empresas y bienes del Estado.

Si se recurre al sistema de inversión público privada para liberar el presupuesto nacional de la pesada carga de la infraestructura, por ejemplo, se puede avanzar en dos direcciones. Por un lado, se atendería lo humanamente urgente que ya he señalado y por otro el país recobraría su competitividad al hacer funcional y eficiente su infraestructura.

La salida es audaz. No lo niego. Pero si se hacen los ajustes necesarios y se re direcciona el presupuesto a temas como salud, alimentación, seguridad y justicia, bien se puede aspirar a hacer un cambio de concepto profunda y eficiente en el país. No es privatizar los servicios públicos, como muchos critican o temen, sino es compartir la carga financiera con los segmentos que más beneficios obtienen de los servicios que requieren inversión fuerte y a corto plazo.

Hay que pensar en algo más que las banderas ideológicas. No tiene lógica alguna hablar de subsidiariedad social si no se tiene la disponibilidad financiera para hacerla efectiva. Eso es demagogia, de la misma que tantas decepciones ha dejado a los ciudadanos durante tanto año.

El día en que un gobierno o un sector del país se atreva a proponer una salida bien pensada como esta que he dibujado hoy a línea gruesa, Guatemala verá una luz al final del túnel. Existirá allí una oportunidad para corregir muchas cosas que en estos tiempos se hacen impensables porque no hay cómo realizarlas.

Quizá entonces nos unirá algo más que la tristeza y la frustración de lo que hoy nos dibuja esa sonrisa amarga al entender la realidad nacional.



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